En una provincia china había un árbol inmenso que había sufrido todas las tempestades, todas las circunstancias no solo climatológicas sino también de los acontecimientos humanos que se desarrollan a su alrededor. Sus ramas casi tocaban las estrellas y sus raíces se entrelazaban con los dragones de la sabiduría que se hallan en el centro de la tierra. Sin embargo, las primeras casas construidas a su alrededor ya hablaban del destino que esperaba a este árbol que encerraba toda la magia del mundo en él.
La Leyenda del Arpa
Un mago que conocía sobre el árbol, decidió salvar parte de su magia haciendo con su madera un arpa. A este efecto, con una sola de sus gigantescas ramas y con la misma fuerza vital y energía del árbol, hizo el arpa más hermosa de cuantas hayan existido en la tierra. Luego, regaló el original y mágico instrumento a un emperador de China.
Durante el mandato del emperador, este convocó a cientos de músicos y aunque muchos tocaron y cantaron las melodías más bonitas que conocían, ninguno fue capaz de tocar la fibra del rey ni de quienes escucharon las canciones con el arpa, ningún músico, durante más de 100 años, logró que la gente entrara en extásis al escuchar el arpa.
Varios emperadores pasaron y tiempo después, un administrador del reino revisaba papeles y encontró un escrito, este hablaba sobre un arpa misteriosa que estaba en el sótano, se supone que estaba hecha con magia y todos los que la escuchaban entran en éxtasis. Emocionado, le contó al emperador sobre la leyenda del arpa, quien mandó a buscar el arpa y a los músicos de palacio, pero se repitió la experiencia del primer emperador que recibió el arpa. Nadie lograba despertar éxtasis en la gente que escuchaba el arpa, ni los músicos del palacio ni cuantos trajeron.
Pero esta vez el administrador no se rindió, pidió autorización al rey y viajó, buscando quien pudiera sacar la magia del arpa. Así, dio con un pueblo donde hablaban de un ermitaño en las montañas, con la capacidad de tocar hermosas melodías con cualquier instrumento que pusieran en sus manos, decían que su música podía hacer llorar a quien la escuchaba.
Aquel ermitaño aceptó acompañarlos y al ver el arpa, se emocionó, como si sintiese la magia. Sentado a su lado, la contempló durante varios minutos, hasta que empezó a tocarla, sin cantar. La canción era desconocida para todos, como si estuviese improvisando una melodía infinita que penetró en todos los presentes quienes, entrando en éxtasis, lloraban sin entender por qué.
El sonido era increíble, como si de alguna manera recordara e hiciera sentir todas las tormentas, nieve, los dramas de las personas que en algún momento se acercaron o tocaron el árbol, era como sentir la emoción de contemplar todos los amaneceres que miró el árbol y las noches oscuras. Por esta razón, cuando al fin el ermitaño paró, dando fin a la canción, el emperador directamente le preguntó:
– ¿Como ha logrado usted tocar tal música, tan evocadora, maravillosa y mágica, si cientos de músicos, los mejores y más conocidos del reino, incluso desde mucho antes de ser yo emperador, no pudieron?
El ermitaño, sin que nadie le hubiese contado la historia del arpa, le respondió:
«Yo solo permití que fluyera la magia. He dejado que el arpa toque, que el árbol cante».
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